jueves, 16 de enero de 2014

Una noche de poesía con versos y métrica libres y una botella de vino

-Cazar una mariposa el vuelo y guardarla entre las manos es como pintar la fina línea que separa el cielo del mar o el firmamento de las dunas rojas del desierto esos anocheceres en los que parece que el cielo sangra. Hay que tener mucho tacto, precisión, sensibilidad, ternura, delicadeza y una capacidad artística difícil de definir. Es como intentar dar el beso perfecto. Ese beso irrepetible que te hace feliz y te entristece al mismo tiempo porque no volverás a sentirlo jamás -decía Mario San Martín recorriendo la espalda desnuda de Lorena con los labios, desde la cintura hasta el cuello, mientras ella apretaba las sábanas con las dos manos extendidas.
Estaba tendida boca abajo en la cama, hacía un rato que habían terminado de hacer el amor y su respiración se había calmado con el paso de los minutos. Mario la abrazó al terminar, la besaba en la frente y ella jugaba con su dedo índice con el vello del pecho de ese hombre que satisfacía sus ansias de encontrar a un hombre que la hiciera feliz. Y también a quien ella pudiera entregarse de igual forma. En un momento dado, ella le miró a los ojos y le pidió que le escribiera un poema. Mario la miró sonriente y le dijo que no estaba acostumbrado a escribir poesía, que no era lo suyo. Ella insistió en que lo hiciera. Él se incorporó en la cama, le hizo cosquillas y la puso boca abajo. Le sujetó las manos por las muñecas y comenzó a besarla y a susurrarla al oído, besando después su piel aún sudorosa.
-Se me da mejor la prosa que el verso -le dijo al oído.
-También se te da mejor lo oral que lo escrito -contestó ella-. Venga, inténtalo por mí -dijo con voz delicada, como una niña que quiere que un adulto le compre algo y le manipula para que lo haga aunque acabe de portarse mal.
Mario, desnudo sobre ella, se movió en la cama y se tumbó a su lado, mirándola a los ojos. El pelo le tapaba la cara, así que con una mano se lo apartó.
-Estas no son horas para escribir poesía.
Ella se acercó un poco más a Mario y le besó en los labios.
-Es la hora perfecta. Soy tu musa y te envío la inspiración. Escríbeme una poesía, cariño, una solo para mí.
Mario suspiró sabiendo que no tenía escapatoria, resignado, pero sonriendo. Se levantó de la cama. Tenían encendida la luz de la mesita de noche de la habitación. Buscó por la habitación, en los cajones de un mueble y de la mesita, unos folios y un bolígrafo, pero no había nada. Salió de la habitación, se dirigió al salón y encontró lo que buscaba. Cuando regresó, Lorena seguía tumbada en la cama, de lado mirando a su izquierda, con el brazo derecho extendido, con el izquierdo sirviendo de apoyo a su cabeza y las dos piernas una encima de la otra y estiradas. Mario cogió una silla y se sentó junto a la cama, mirándola. 
-Trae vino -dijo ella antes de que Mario empezara a escribir.
Él se levantó de la silla y fue camino de la cocina. Tardó un par de minutos en regresar. De vuelta, tras dejar una botella de vino y dos copas sobre la mesita, y mientras Lorena, que se había acercado al borde de la cama, servía, buscó por el suelo sus pantalones y comenzó a ponérselos.
-Ah no, si yo estoy desnuda, tú también. Quítate esos pantalones ahora mismo -ordenó Lorena.
Mario se quitó los pantalones y se sentó en la silla. Y comenzó a escribir. De vez en cuando bebía un poco de la copa, que dejaba en el suelo, y miraba a Lorena, que o tenía los ojos cerrados, tal vez imaginando los versos que le estaba escribiendo, o abiertos observando el cuaderno. 
-¿Alguna vez te han pedido dedicar un poema? -preguntó Lorena.
-Un par de veces -contestó Mario.
-¿Y qué tal?
-No les gustaron.
Lorena rió.
-¿También escribes poesía mala?
Mario la miró y ella le sacó la lengua como si fuera una niña pequeña a la que he han hecho un regalo mejor que a otra y presume de ello.
-He escrito poca poesía, soy más de la prosa -comentó Mario.
-Entiendo -añadió ella mientras juntaba y separaba los labios haciendo un ruidito parecido al de una raqueta golpeando una pelota de tenis. O como el que hacen las burbujas cuando explotan.
-Normal que lo entiendas, eres muy lista.
-¿Alguna vez has participado en una orgía?
Mario dejó de escribir y miró a Lorena, que lo miraba con cara seria, por lo que no sabía si estaba bromeando o se lo preguntaba en serio en ese momento.
-¿Crees que si encima que no soy bueno con la poesía voy a poder escribirte si me preguntas sobre orgías?
Loreno rió a carcajadas. Tenía una risa dulce, para Mario todo lo que estuviese relacionado con ella era dulce. Estaba enamorándose aunque él no quisiera, aunque luchara contra sus sentimientos. 
-¿No puedes hacer las dos cosas a la vez?
-No, no puedo.
-Con ese lema nunca ganarás unas elecciones.
-No pretendo ganar ningunas elecciones. Pretendo escribirte un poema, pero no me dejas -su tono no era de queja ni de enfado.
-Vale, hombre, vale, ya te dejo escribir... -Lorena hizo el gesto de cerrar la cremallera con los dedos índice y pulgar recorriendo de izquierda a derecha su boca. 
Estuvieron unos minutos en silencio. Él mirando fijamente el cuaderno para escribir. Ella observándole sin decir nada, hasta que volvió a hablar.
-Leonardo Di Caprio miraba a Kate Winslet cuando la pintaba desnuda en Titanic.
-Di Caprio estaba pintando, yo estoy escribiendo. No necesito mirarte para escribir.
-Tal vez te inspirarías más viéndome desnuda.
Mario la miró a los ojos. Era lo primero que veía cuando la miraba. Era como una fuerza magnética que arrastraba sus ojos a los de ella.
-Tal vez.
-¿Me pintas un desnudo? -preguntó intentando no reírse.
-Puedo pintarte el cuerpo mientras estás desnuda, pero otra cosa no.
-Estaría bien que fueras capaz de pintar desnudos femeninos -dijo y bebió un poco de vino. Mario hizo lo mismo.
-Soy escritor, si buscas un pintor te has equivocado de hombre.
-No me he equivocado, sólo digo que me gustaría que me pintaras desnuda.
-Dibujo muy mal, lo siento -alegó Mario sonriendo-. Pero si viene tu amiga Pilar os pinto encantado a las dos.
-Que te folle un pez.
-Me enterneces.
-Eso no es bueno -dijo mirándole con esa cara de pícara que tanto la gustaba a Mario.- ¿Cómo va el poema?
-He escrito tres estrofas.
-Ya llevas un cuarto de hora escribiendo, llevas poco, ¿no?
-Mucho teniendo en cuenta tus interrupciones.
Lorena se levantó de la cama, se puso detrás de él, apoyó los brazos en sus hombros, juntando las manos sobre el pecho de Mario, y leyó lo que le había escrito:


Nadie escribirá nuestra historia,
nadie llorará nuestra muerte,
nadie nos robará una caricia, un beso,
nuestros suspiros, nuestros cuerpos exhaustos,
el ardor de nuestros labios...

Nadie pintará nuestro retrato,
nadie deseará repetir nuestro amor,
nadie vivirá nuestros mismos sueños,
nuestras esperanzas, nuestras alegrías,
la pasión de nuestros cuerpos...

Nadie nos dedicará una canción,
nadie acallará nuestros gemidos,
nadie escribirá nuestros nombres
en el cielo, en el mar, en la lava
o en las llamas del Infierno.


-No riman unos versos con otros, ¿no? -preguntó Lorena cuando acabó de leer.
-Estos versos tienen rima asonante -dijo señalando el tercero de la primera estrofa, el tercero y el quinto de la segunda, y el último de la tercera, y, además, el segundo de la segunda estrofa y el primero de la tercera-. También hay otros que no riman pero suenan de forma parecida -se refería, por ejemplo, al cuarto y quinto de la primera estrofa, y al primero de la segunda-. La poesía, sus versos, no tienen por qué rimar siempre -argumentó Mario-. Tiene que expresar sentimientos, por ejemplo, pero no hace falta que rimen todos los versos unos con otros. Eso ocurre en los sonetos, pero este es un ejemplo de rima y métrica libres. ¿Es que no has visto El club de los poetas muertos? Un poema no es una gráfica con los datos del paro, es literatura.
-A mí me gustan las poesías con rimas. Y sí, la he visto, es una muy buena película. ¿Tú también eres muslómano? -preguntó besándole una mejilla.
-Soy todocuerpolómano -respondió él girando la cabeza y besando en la boca a Lorena-. No me gusta centrarme sólo en una parte del cuerpo de una mujer.
-Y yo que me alegro de eso -dijo acariciándole el cabello-. ¿Por qué has escrito eso?
-¿El qué? 
-Este poema, ¿por qué lo has escrito? 
Mario miró el cuaderno.
-Es el reflejo de lo que yo entiendo de lo que debe ser una relación amorosa. 
-¿No va sobre nosotros?
-No del todo.
-Explícate.
-Por un lado, es una manera de expresar que quiero que nuestra relación sea sólo nuestra. No quiero que nadie entre en nuestra intimidad, que nos robe nada de lo que vivamos. Es nuestra relación, dure lo que dure, sea como sea, pero eso sólo nos concierne a nosotros. Nuestros besos, caricias, gemidos... Todo eso es y debe ser siempre nuestros. Salvo que a ti te guste grabarte en vídeo y colgarlo en Internet, que de algo deben vivir los dueños de las páginas de pornografía amateur.
-Eso ni lo sueñes -dijo Lorena riendo y dándole una colleja-. Continúa.
-A veces tienes comportamientos de adolescente, ¿lo sabías?
-¿Y eso no te gusta?
-Todos debemos guardar algunos comportamientos juveniles para intentar mantenernos alegres en esta vida y no morir podridos por dentro pudriendo a los demás al mismo tiempo. Es difícil para algunos, eso sí.
-Es cierto... ¿Tú los guardas?
Mario se quedó pensativo unos instantes.
-Casi nada.
-Yo intentaré que afloren poco a poco. Necesitas ser feliz y para eso estoy yo aquí. Sigue contándome de qué va el poema.
-Por otro lado, al mismo tiempo que para nosotros somos importantes porque para algo compartimos nuestras vidas de la forma en la que lo decidimos, sólo somos dos personas como cualquier otra pareja. Nuestra relación es única, cierto, pero no es más importante que las demás. No tendrá tanta importancia como para que un cantante escriba una canción inspirándose en nosotros o como para que alguien intente cosas imposibles como escribir nuestros nombres en el agua, el aire o el fuego. En un banco o en una ventana o asiento de un tren es más fácil, pero en los elementos de la naturaleza no. Esa es una idea más poderosa que indica que una persona quiere recordarnos, honrarnos de una manera asombrosa, que impresiona, pero que es imposible. Y aunque fuera posible, al ser una pareja más en este mundo, no habría nada con ganas de hacernos ese homenaje imposible de realizar.
-Es muy bonito el fondo del poema -dijo besándole el hombro derecho-. Me gustan las ideas que quieres transmitir. Son bonitas y al mismo tiempo te dejan pensativa sabiendo que por muy felices que sean dos personas, ningún amor es realmente tan fuerte como para sea eterno. O al menos muy pocos amores son así. Y hablo de amores reales, no de historias de ficción. Por eso todos debemos esforzarnos cada día por ama a alguien lo máximo posible para que aunque Mark Knopfler no se inspire en ti, la persona a la que amas sepa que siempre ha sido amada y que su felicidad ha sido lo más importante para la otra persona.
-¿Reconoces entonces que Romeo and Juliet es mejor?
-Es mejor, sí. Pero no va a ser nuestra canción. Se acabó la discusión.
-La última palabra debe ser siempre la tuya.
-Por fin te enteras, Aleluya -dijo riendo-. Mira, yo hago mejores rimas que tú...
Mario tiró el cuaderno al suelo y rápidamente se levantó de la silla y cogió en brazos a Lorena, lanzándose a la cama. 
-¡Loco, que rompes la cama! -gritó ella mientras reía.
Rebotaron unas cuentas veces en el lecho antes de quedarse quietos. La cama no se rompió.
-¿Tan mal te sienta que yo rime y tú no? -le preguntó Lorena, que se quedó con piernas y brazos estirados, como cuando estás en una montaña rusa y subes y bajas.
-No me molesta, pero ya iba siendo hora de que dejaras de hablar y pasemos a cosas más importantes -dijo Mario acercándose a ella y besándola en los labios.
-¿Y el vino? Lo has tirado, se han caído las copas. Yo no pienso limpiarlo -le advertía mientras se ponía encima de él.
-Es mi casa, no la tuya. No te preocupes por si ensucio o no ensucio -le dijo atrayéndola con los brazos y besándola en la frente, bajando por la nariz y terminando con un beso en los labios.
Mientras empezaban a hacer el amor de nuevo, en el suelo estaban caídos el cuaderno, las copas y la botella de vino, que Lorena había golpeado con los pies cuando Mario la cogió y la arrojó sobre la cama.  Una de las copas, la que tenía Lorena, se había roto al tirarla ella debido a que Mario la cogió desprevenida. El vino, derramado, ensuciaba la hoja donde Mario había escrito las tres estrofas del poema. Así permaneció hasta la mañana siguiente, mientras Mario San Martín y Lorena Manrique rimaban sus besos en el poema más hermosa del mundo.

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