sábado, 18 de enero de 2014

Amenazas de muerte y un baile en el salón de casa

Se despertó con los ojos enrojecidos, como si hubiera estado tragándose el humo del tabaco con la mirada. No en sentido metafórico. Llevaba varios días nervioso y aplastaba los cigarrillos de forma compulsiva en el cenicero uno tras otro sin terminar de fumárselos. El humo impregnaba su mirada y se pegaba a sus ojeras. Se acostaba pasadas las tres o las cuatro de la madrugada con dolor de cabeza. Con ese dolor que se clava en las sienes y es inaguantable. Sufría mareos y vomitaba el alcohol y la poca comida que ingería. Se quedaba tumbado horas en la cama, boca arriba, esperando una llamada telefónica.
El tic-tac de los relojes de casa le estaban volviendo loco, así que decidió romperlos estampándolos contra el suelo. Pero los relojes volvían a su sitio como por arte de magia y seguían castigándole, martirizándole. Tic-tac... Tic-tac... Tic-tac.. Su corazón se aceleraba por momentos cuando se ponía nervioso y necesitaba sentarse unos minutos antes de volver a la calma. Quería gritar pero no lo hacía. ¿Para qué? No le oiría nadie. Nadie le ayudaría. No tenía una mujer abnegada, tierna y comprensiva que la acariciara la cabeza y le besara en la frente para calmarlo. No tenía unos hijos obedientes y cariñosos que le abrazaran diciendo "Queremos que te pongas bueno, papi". No tenía a nadie. Hace muchos años tenía a alguien. Pero esa persona se marchó para no volver jamás. La muerte se la robó

-Deja de escribir -dijo Lorena bajando la pantalla del ordenador portátil de Mario, que evitó que le pillara los dedos apartando las manos con rapidez.
-Déjame guardar el documento que si no lo pierdo -dijo él, levantando de nuevo la pantalla y guardándolo-. Me lo han pedido para dentro de dos días.
-Aún tienes dos días -contestó ella-. Ven al sofá, tenemos que hablar -le cogió del brazo, lo levantó de la silla y se lo llevó al sofá del salón.
-Estoy bien, no necesito hablar.
-Si estuvieras bien no te habrías desmayado dos veces en dos semanas -Lorena se sentó a su lado. Le hablaba seria-. ¿Qué te pasa últimamente, Mario? ¿Qué te preocupa?
-Nada en especial - le dijo tocándole la rodilla con la mano-. Estoy bien, de verdad -la miraba a los ojos.
-No lo estás -insistió Lorena-. Cuéntame. No me mientas si me miras directamente, no lo aguanto.
-No tiene importancia, de verdad -desvió la mirada de ella.
Lorena estiró el brazo, cogió la cara de Mario por el mentón y le giró la cabeza para quedarse frente a frente.
-¿Qué te pasa? -le preguntó una vez más-. Estamos bien, disfrutamos juntos, follamos, nos reímos... A veces tenemos alguna discusión pero es lógico, como todas las parejas. No nos conocemos del todo, ¿pero quién se deja conocer del todo? Nadie -calló unos segundos-. Mario, ¿qué te ocurre, qué te pone nervioso como para sufrir los desmayos?
Mario frunció el ceño y su cara cobró una expresión de tristeza y preocupación por igual. No habló. Ella le miraba transmitiéndole con los ojos toda la confianza y el amor que podía. A veces era mejor mirarle y no decirle nada porque con una mirada se le convencía mejor que con todas las palabras del mundo.
-He recibido varias cartas amenazándome de muerte en la universidad -reconoció finalmente.
La expresión de la cara de Lorena cambió de preocupación a miedo.
-¿Cuántas? ¿Cuándo? -le preguntó.
-Dos en las últimas semanas -contestó él-. Las han enviado sin remitente al despacho de Ramiro. Pero no me he puesto nervioso por mí.
-¿Entonces por quién coño te has puesto nervioso?
Mario se giró y la miró.
-Por ti.
-Cielo...
-No me da miedo que vayan a por mí, ya lo hicieron un día y es probable que vuelvan a hacerlo. Cabe la posibilidad de que aquel ataque no fuera un hecho aislado. Y ahora con las cartas... Me asusta que te hagan daño a ti, se me corta la respiración y pierdo el conocimiento. Pero no es seguro que sean el preludio de un acto real, tal vez es sólo una advertencia sin más.
Lorena le abrazó con fuerza y le besó en la cabeza varias veces, después en los labios.
-¿Dónde tienes las cartas? -le preguntó Lorena.
-Guardadas en mi maletín -respondió él.
-Tráelas.
Mario se levantó y fue a su habitación. Tenía el maletín encima de la cama, lo había dejado ahí cuando llegó a casa después de tomar un café con un periodista que quiere entrevistarle para un suplemento dominical. Todavía no se habían intercambiado las llaves de sus casas. Quedaban indistintamente en una o en otra, pero no habían dado ese paso. Lorena le esperaba en la mesa, se había levantado del sofá. Mario le dio las dos cartas, metidas en sus sobres rotos por la parte superior. Lorena comprobó que ninguno de los sobres indicaba quién era el remitente. En el remite estaba indicado el despacho de Ramiro Villanueva en la Complutense.
-¿Han estado en la universidad? -preguntó ella preocupada.
-Puede ser, puede entrar quien quiera -contestó él caminando hacia la cocina. Regresó con una botella de agua y se sentó al lado de Lorena.
-Tendremos que pedirte una escolta.
-No quiero escolta, no la necesito.
-¿Cómo que no?
-No se sabe si estas cartas van en serio. Y aunque así sea, no quiero vivir con escolta.
-Cariño, estamos hablando de amenazas de muerte.
-Lo sé, pero no quiero escolta. No voy a vivir de esa manera.
-¿Y qué pasa si también quieren ir a por mí? ¿Te negarías a que yo llevase escolta?
-Llegado el caso puedes pedirla para ti, no quiero que te pase nade. Pero yo no la quiero para mí, fin de la discusión.
Mario se levantó y anduvo unos pasos. Lorena se quedó cabizbaja leyendo las cartas. El texto era simple, le amenazaban con matarle, le decían que irían a por él y que se lo cargarían. Que sabían dónde trabajaba y dónde vivía.
-¿Qué dice Ramiro? -preguntó Lorena desviando la mirada de las cartas y dirigiéndose a Mario, que estaba de pie en mitad del salón.
-Lo mismo que tú -respondió-. Quiere protegerme, llamar a la Policía, que se inicie una investigación y pedir protección. Dice que los servicios jurídicos de la universidad se pondrán en ello si él lo pide a Decanato.
-¿Y por qué coño no quieres protección? Ya te pegaron una vez, vete tú a saber si no te hubieran matado aquel día de no ser por él. Y ahora te envían estas cartas... Vamos a ir a la Policía -se levantó y fue hacia el teléfono fijo. Mario la vio, corrió para interponerse en su camino y la sujetó de los brazos situándose delante de ella.
-Nada de Policía, Lorena -le dijo.
-Déjame llamar -replicó ella intentando zafarse de Mario. 
Cuando lo consiguió, él volvió a intentar sujetarla, pero ella le dio una bofetada. Se quedaron quietos. Él se llevó la mano a la cara, en la que se quedó la marca de la palma de Lorena. Ella se llevó las manos a la boca.
-Lo siento -dijo empezando a llorar.
Mario la abrazó. Ella lloró sobre su pecho.
-No te preocupes, no llores -intentaba consolarla Mario-. Entiendo que te pongas así, pero no me va a pasar nada. Y voy a hacer todo lo posible para que a ti no te ocurra nada tampoco. 
Acarició el cabello de Lorena y la besó en la cabeza. Con la mano derecha levantó su cabeza con cuidado a través de la barbilla y la miró a los ojos. Ella gimoteaba, pero parecía que no iba a llorar más.
-Podemos irnos una temporada a donde queramos -le dijo él-. Podemos viajar fuera de España incluso una semana y cuando volvamos ver cómo van las cosas. Si llegan más cartas mientras no estemos o después, podemos ver alguna solución. Pero no quiero escolta para mí. Tengamos cuidado por el momento, pero nada más, ¿vale Lorena?
-No me termina de convencer.
-Te prometo que no va a pasar nada.
-No puedes prometérmelo, no depende de ti.
-No sabemos si las amenazas van en serio o no.
-¿Si van? ¿Qué haríamos para protegerte si no quieres protección?
-No voy a vivir teniendo que aguantar a un escolta siguiéndome a todos lados, Lorena.
Mario la besó en los labios. Pasó sus dedos pulgares por las mejillas y pómulos de Lorena para secar sus lágrimas. Le acariciaba los hombros. La besó de nuevo en los labios y se alejó de ella para ir hacia una minicadena de música que tenía en una estantería. Puso la radio y la voz de Janis Joplin retronó en la casa. A Lorena le hacían vibrar, le ponía la piel de gallina la fuerza de mujeres como ella, Bonnie Tyler, Tina Turner o Sharleen Spiteri.
-No, esa canción no, por favor -dijo Lorena con una media sonrisa, pero a punto de empezar a llorar otra vez-. Pon otra, por favor.
Mario la miró sonriendo como sólo se sonríe a la única persona a la que amas y amarás en la vida. Apagó la radio y puso un disco, Making Movies. Una canción comenzó a sonar. Era muy dulce. Perfecta para bailar juntos, abrazados, rozando los labios de la pareja de baile. Se quedaron mirando mientras sonaban las primeras notas. Sonriendo. 
-No... -susurró ella.
Mario subió el volumen del disco. Tenía veintitrés segundos para acercarse a Lorena, abrazarla y empezar a bailar. Dio unos pasos hacia ella, que tenía los brazos cruzados sobre su vientre. Le cogió de las manos, separó los brazos de su cuerpo lentamente y se los puso en su espalda para que lo abrazara. Ella se dejó guiar. Posó sus manos sobre la espalda de Mario. Las tenía temblorosas. Él puso las suyas sobre la cintura de Lorena y ella apoyó la cabeza en su pecho mientras ambos comenzaron a mover los pies al mismo tiempo. Empezaron a bailar. 
-No quiero que te pase nada -dijo ella.
-Lo sé.
-Y no podemos huir eternamente.
-No quiero huir.
-¿Y por qué irnos de España si no quieres huir?
-Nos vendrá bien a los dos. Nuevos aires unos días.
-¿En qué has pensado?
-Salzburgo.
-¿Has estado?
-Sí.
-¿Es bonito?
-Si pudiera me quedaría a vivir allí para siempre.
-¿Conmigo?
-Si no me pegas más bofetadas, sí.
-No ha sido a propósito.
-Sí ha sido a propósito, no se pega sin querer con esa fuerza.
-No quería hacerte daño.
-No te preocupes -la besó en la frente-. Hay un hotel a la orilla del río desde el que se ve el castillo de Hohensalzburg. Podemos alojarnos ahí.
Lorena abrazó con más fuerza a Mario.
-Podemos hacer el tour de Sonrisas y lágrimas -dijo Lorena.
-Es una posibilidad -contestó él-. ¿Cómo sabes que hay un tour?
-Lo sé.
-De acuerdo. Haremos lo que tú quieras.
-¿Tenemos dinero suficiente?
-Si no lo tenemos no hacemos el tour.
Lorena rió. No con muchas ganas. No fue una carcajada. Pero lo suficiente como para sonreír, aunque tenía los ojos empañados en lágrimas, húmedos, y el miedo todavía estaba grabado en ellos. Estaba preciosa.
-¿Cómo se llama el castillo ese? -preguntó.
-Hohensazburg.
-¿Hohen qué?
-Hohensalzburg -repitió Mario.
-Creo que te lo estás inventando.
-No me lo estoy inventando.
-Yo creo que sí. No sabes austríaco, no sabes pronunciarlo. 
-Lo pronuncio como puedo.
-Me estás engañando.
Mario miró a Lorena cuando ésta levantó la cabeza para mirarlo. Los dos sonrieron. Se besaron.
-No has pronunciado la "ele" la segunda vez -le dijo ella.
-Sí lo he hecho.
-No. A ver, dilo otra vez. Castillo de...
-Hohensalzburg.
-Salz... burg -repitió Lorena marcando las sílabas, como si le estuviera enseñando a hablar.
-Salzzzz... burg -dijo él en tono alto, mientras Lorena se reía.
-Muchas veces te comportas como un idiota.
-Tú dices que eso te gusta. Si no te gusta dímelo y lo dejo.
Lorena besó el pecho de Mario. Alzó la cabeza una vez más y le besó en los labios.
-No mi amor. No cambies nunca.
Apoyando de nuevo la cabeza en el pecho de Mario, Lorena inspiró hondo. Dejó de llorar definitivamente. Las últimas notas de la canción sonaban, cada vez más bajas, hasta silenciarse del todo dando por terminada la historia de amor.
-Te amo -dijo Lorena por primera vez.

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