domingo, 5 de enero de 2014

Habitación 14. El amanecer y el primer tren de la mañana siguiente

Fermín llevaba dormido más o menos una hora en su banco habitual. Fue trabajador de Telefónica en los años setenta y ochenta. Lo despidieron por llegar borracho una mañana al trabajo. No era la primera vez, sino la tercera. La segunda le advirtieron de que si volvía a hacerlo, lo despedirían. La primera lo salvó un compañero que al verlo, se lo llevó a casa y le dejó durmiendo la mona todo el día. Acababa de divorciarse. Ángeles, su exmujer, le dijo que ya no aguantaba más una relación en la que el amor no era más que el recuerdo de un falso oasis en mitad del desierto. Ella había coqueteado con escribir algún libro de poesía en su juventud, y con cuarenta y cinco años aún conservaba su capacidad literaria. Aunque fuera para romperle el corazón a un hombre que nunca se dio cuenta de que algo fallaba en la relación. Fallaba lo más importante.
Mario observaba la calle desde la ventana abierta de la habitación número 14 del hotel.
-¿Crees que algún día acabaré como él, durmiendo en un banco de la cuesta de Moyano? -le preguntó al profesor Villanueva, que estaba leyendo.
-Posiblemente el día que acabes con mi paciencia -respondió sin levantar la vista del libro.
-¿Cuánta paciencia te queda?
-Todavía la suficiente como para seguir siendo tu amigo y pasarme las madrugadas sin dormir.
-Sólo los amigos están en vela por otro amigo.
-Los amigos, las parejas y los amantes -añadió Villanueva.
Mario asintió en silencio mientras pensaba en el vagabundo. Lo conocía desde hacía un par de meses, cuando le vio leyendo Madame Bovary. No se suele ver a un vagabundo leyendo una novela rosa del Diecinueve francés, pensó Mario. Se acercó a él y estuvieron hablando un rato. Le dijo que se lo había dejado alguien, no sabía si abandonado u olvidado. Siempre le gustó leer, así que se lo quedó, viendo que nadie lo reclamaba.
-Le gusta leer Madame Bovary -dijo Mario rompiendo el silencio.
-¿A quién? -preguntó Villanueva colocando un marcapáginas en la página setenta y uno de su libro, cerrándolo y dejándolo sobre la cama.
-A Fermín, el vagabundo. Nunca nos paramos a pensar los motivos por los que una persona se queda tirada en la calle y se convierte en un vagabundo. No pensamos en sus vidas antes de vivir en un banco. Fermín no es un apasionado de las novelas rosas, prefiere las novelas históricas, pero esa le gusta mucho.
-Entiendo. ¿No le gusta ninguno de tus libros?
-No conozco a nadie que me haya dicho que le gustan.
-Qué poco trato tienes con tus lectores, Mario.
-No me gusta hablar con los lectores. No me gusta hablar casi con nadie.
-¿Te gusta hablar conmigo?
-No.
-¿Por qué lo haces?
-Por obligación.
-Porque te salvé la vida.
-Exacto.
Hacía un año, Mario San Martín dio una conferencia en el Instituto Cervantes. Le habían invitado para ser ponente en un ciclo sobre cómo afrontar escribir una novela. Cómo se preparaba, cómo se documentaba para ello, nada demasiado importante. Acababa de publicar una especie de ensayo sobre España y su pasado reciente. Conocía a uno de los organizadores del ciclo, amigo de su editor. Sólo participó en el ciclo, pensaba, por ser conocido de la organización, no porque fuera una voz digna para decir cómo escribir una novela. Al terminar la conferencia, salió a la calle y cuando giró a la izquierda para dirigirse a Banco de España, se encontró con dos cabezas rapadas.
-¿Te gustó hablar con esa mujer? -preguntó de nuevo Villanueva dirigiéndose hacia Mario, que seguía mirando por la ventana.
-No hablamos mucho.
-¿Batiste el récord?
-Más o menos -contestó sonriendo-. Fue algo extraño, no la conocía de nada y a la mañana siguiente me dice que quiere que esa sea nuestra canción...
-A lo mejor se ha dado cuenta de que es un error ir tan deprisa y por eso no apareció la otra noche.
-Es posible que tengas razón.
-Y tampoco es la canción más romántica del mundo.
-No lo es.
-Por ti volaré es mucho más romántica.
-Pues sí.
Villanueva se alejó de la ventana y se acercó a la mesita donde ya no había un termo con café, sino una botella de vino. Un Rioja de la viña Ardanza reserva del 2004. La habían pedido al servicio de habitaciones a las cuatro de la madrugada. Ahora estaban a punto de dar las cinco y media. El profesor sirvió dos copas y regresó a la ventana. Le dio una a Mario y bebieron un poco, observando las calles. 
-¿Qué vas a hacer ahora? -cuestionó Villanueva.
-¿A qué te refieres?
-Con la mujer desconocida. No tienes su teléfono ni ella el tuyo, ¿no?
-No.
-¿Vas a ir cada noche a La Coquette hasta que aparezca?
-Tengo una cuenta abierta. Sólo debo ochenta euros, puedo llegar a los ciento cincuenta antes de que dejen de fiarme.
-Claro.
Un par de mujeres pasaron junto al banco donde dormía Fermín. Tendrían unos cuarenta años. Vestían unos abrigos negros y zapatos con tacones altos. Una de ellas estuvo a punto de caerse al pisar mal.
-¿Cómo sabes que el vagabundo está allí? Desde aquí con los árboles no se ve muy bien -dijo el profesor.
-Todos los días está durmiendo a la misma hora en el mismo banco. No me hace falta verle para saberlo.
-Es un hombre de costumbres fijas.
-La vida de vagabundo no permite improvisar mucho ni hacer planes nuevos para cada día.
-Tú no eres un vagabundo y haces lo mismo, Mario.
Mario miró al profesor Villanueva.
-Ya estoy un poco más cerca de dormir abandonado en un parque.
Villanueva rió y le dio una palmada en el hombre a Mario.
-No, claro que no estás más cerca. Sólo digo que deberías hacer algo más que escribir, beber, escribir, dar una conferencia al mes, hablar conmigo de madrugada y beber más.
-¿Y qué propones?
-Eso lo tienes que pensar y hacer tú, no yo. 
-¿Sabes que no vale de nada criticar sin proponer soluciones alternativas?
-Lo sé perfectamente. ¿Pero valdría de algo que yo te pusiera encima de la mesa esas alternativas? ¿Harías algo de lo que te aconsejara?
-Seguramente no.
-Pues no me pidas soluciones a un problema cuya solución la tienes tú. Yo lo único que puedo hacer es mostrarte que hay varios caminos, pero tus piernas son tuyas, no puedo andar por ti.
-Dentro de poco tengo que coger un tren. Cogeré uno de los primeros cuando amanezca. Así muevo las piernas.
-¿Dónde vas?
-A Aranjuez. Ricardo estará allí hoy y quiere verme.
-Entonces vamos a la estación, acabaremos allí la terapia -zanjó Villanueva cogiendo la copa de Mario y dejando las dos encima de la mesita. Se pusieron los abrigos que habían metido en el armario al llegar a la habitación por la noche al regresar del teatro. Habían estado viendo 'Una noche de primavera sin sueño', de Enrique Jardiel Poncela.
-¿Por qué tendrá un aire especial coger el primer tren después del amanecer? -preguntó el profesor Villanueva mientras esperaban a que el semáforo se pusiera en verde.
-No lo sé, tendrá que ver con el paso de la oscuridad a la luz de un nuevo día que empieza o algo por el estilo -contestó Mario-. La oscuridad de la noche da miedo a muchas personas, no saber qué se esconde detrás de lo que no podemos ver. Un mismo ruido de una silla o de una mesa de día y de noche son muy distintos. Incluso habiendo silencio en ambas situaciones. De día es algo normal. De noche nos hace reaccionar arrastrados por nuestros miedos irracionales. Cuando llega la luz, volvemos a estar tranquilos y los ruidos de las mesas y las sillas dejan de ser provocados por ladrones en potencia.
-¿Y el tren?
-Es un medio de transporte bonito.
-Y en escenas como el inicio de E poi lo chiamarono il magnifico parece algo mágico.
-No hace falta que te hagas el interesante conmigo hablando en italiano.
Siete coches pararon al llegar al paso de cebra cuando el semáforo se puso en rojo para los vehículos. Salvo uno, un Mercedes Benz Clase C de color rojo, que se lo saltó.
-Uno que lleva prisa -dijo Villanueva girando la cabeza y mirando cómo el Mercedes se alejaba.
Cruzaron el paso de cebra y giraron a la derecha, dejando a la izquierda la entrada al Jardín Botánico. 
-Es curioso cómo las grandes empresas alemanas que sirvieron al nazismo siguen en pie como si nada hubiera pasado -comentó Mario-. Doce de los peores años de la Historia de la Humanidad, Mercedes Benz fabricando coches para los máximos dirigentes nazis y después... 
-Después llegan nuevos empresarios que hacen buenas obras, crean fundaciones para intentar resarcir del daño causado y para que nada parecido vuelva a ocurrir. Es un buen tema para hablar en tu próxima charla la semana que viene, ¿no crees?
Pasaron la cuesta de Moyano y allí estaba, durmiendo en el banco, Fermín, el vagabundo a quien le gustaba leer a Flaubert. 
-¿Cuántos de tus alumnos lo sabrán? -preguntó Mario.
-No lo sé. Lo hablaré con los profesores de Historia de la universidad para ver si entra en el temario de sus estudiantes.
-Debería ser parte del temario obligatorio, ¿no crees? Conocer la unión entre las grandes empresas y los regímenes totalitarios y dictatoriales. Cómo están ligadas a la política, buscando únicamente el beneficio de sus dueños, de sus accionistas, de los miembros de sus consejos... Así aprenderían a dudar de los jodidos programas de responsabilidad social corporativa que hacen ahora para aparentar lo que no son.
-Como el PP.
-Los herederos del franquismo disfrazados de demócratas de toda la vida.
-Como el PSOE.
-Ni socialistas ni obreros.
-Háblales a los chavales de qué son los partidos políticos españoles en la actualidad. Algunos quieren ser periodistas políticos, ir al Congreso. Creen en la democracia y tus ideas les podrán ayudar.
-¿Ayudar? Si les cuento todo lo que pienso alguno querrá ir a pegarles una patada en los huevos a sus señorías.
-O tener una visión más clara para saber cómo deben informar mejor.
-¿Para qué? Cuando lleguen a una redacción tendrán que plegarse a las órdenes de sus jefes, no tendrán libertad para hacer bien su trabajo. ¿De qué les vale saber que existe algo llamado libertad si van a ir directos al carcelero que les va a poner los grilletes?
-Tú háblales desde tu punto de vista, cuéntales de dónde venimos políticamente, dónde estamos y por qué. A ti te han dado una paliza por motivos políticos, sabes de lo que hablas. No les des lecciones de Periodismo, ¿vale?
Cruzaron dos pasos de cebra y bajaron una cuesta para entrar en Atocha por la zona de los taxis. Se quedaron hablando un momento en la puerta aunque la estación estaba abierta.
-¿Aún tienes en casa la portada de ABC dedicada a Hitler? -le preguntó Mario a Villanueva.
-Enmarcada -afirmó sonriendo el profesor.
-Llévala pasado mañana a la universidad, la usaré en la charla.
Entraron en la estación y se dirigieron a las máquinas de venta de billetes. Mario compró un billete ida y vuelta destino Aranjuez.
-Ha sido un placer hablar contigo. ¿Cambiamos más a menudo el Sports Café por el hotel? -preguntó Ramiro Villanueva.
-Mejor los alternamos -contestó Mario despidiéndose con la mano y andando hacia las escaleras que bajaban a los andenes.
El profesor Villanueva regresó al hotel. Mario esperó unos minutos en la vía 7 y cuando llegó el tren camino de Aranjuez, montó. Eran poco más de las seis de la mañana. A las siete y media había quedado para desayunar con su editor en su casa. A Mario le gustaba montar en el cuarto vagón comenzando por el primero teniendo en cuenta la dirección del tren. Se sentó junto a una ventana, no sin antes coger un periódico que alguien se había dejado en un asiento. 'Pasillo hacia la gloria' era el gran titular de la portada. Mario lo leyó y no pudo evitar que se le escapara una sonrisa. Le hacía gracia que se comparara la gloria de un equipo de fútbol con la gloria de los héroes. De los hombres y mujeres recordados miles de años después de su muerte. Le hacían gracia las portadas deportivas que ponían al mismo nivel a un grupo de hombres que metían la pelota en una portería más veces que el rival que a un grupo de hombres que salía de la Tierra, viajaba por el espacio y ponía el pie en la Luna. Los distintos significados que se le podía dar a la palabra gloria, o la comparación de hechos definidos por igual como gloriosos aunque muchos no lo sean, nunca dejarían de sorprenderle. 
Sonó su móvil. Alguien o alguna máquina le había enviado un mensaje. Se sacó el móvil del pantalón, lo desbloqueó y leyó el mensaje. Era Ricardo, su editor. "Te recuerdo que hemos quedado a las 7.30 horas en la puerta de mi casa en Aranjuez para hablar de tu borrador", decía el mensaje. Mario abrió la agenda del teléfono, buscó el número de su editor y llamó. Esperó que sonara el segundo tono y colgó. Eran las seis y cuarto de la mañana, hacía frío, el cielo estaba despejado y la mujer desconocida estaba sentada en el primer vagón del mismo tren, junto a la puerta de la cabina del maquinista...

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