lunes, 30 de diciembre de 2013

Hasta las flores más hermosas del mundo están condenadas a morir marchitas

A los 18 años me fugué de casa. No te lo he contado en tres años y ni siquiera sé si éste es el mejor momento para hacerlo. Pero ahora ya nada importa. Sí, me fugué. Tenía varias opciones, y entre las que descarté estaba quedarme y seguir aguantando las palizas, o matarlo antes de que él me matara a mí. Un padre no debe hacer daño a un hijo y un hijo no debe hacer daño a un padre. Pero él me hacía daño desde que yo tenía capacidad de recordar. La infancia no existe para los niños que nunca hemos sido niños, sino un mero objeto animado que un padre utiliza para desfogar su violencia. Mi madre había muerto cuando yo tenía 17, era lo único que me hubiese hecho aguantar. Fue lo que me frenó. Pero una vez muerta, ya no había necesidad de quedarme con el borracho maltratador de mi padre.
No puedo negar que mi carácter agrio y antisocial tenga su origen en mi niñez llena de golpes y ríos de lágrimas que nacían de los ojos de mi madre y de los míos y que se unían en su pecho. Mi infancia no fue como la tuya ni como la de la mayoría de los niños. Algunas noches me parece escuchar a mi padre balbucear en la cocina de mi casa y tengo que levantarme para asegurarme de que no está. No sé si definirlo como una mala persona o simplemente como un puto borracho que no sabía del todo lo que hacía cuando me pegaba. Y cuando pegaba a mi madre. ¿Es posible que el alcohol lo cambiara y que él fuera un hombre normal, no un hijo de puta? No lo sé. Siempre me lo he preguntado. Al igual que siempre me pregunté por qué no era capaz de contártelo.

Ni mi madre ni yo tuvimos que ser atendidos nunca en un hospital por una paliza. La situación no llegó a tanto. Tal vez por eso mi madre nunca se separó de él ni lo denunció. Con el paso de los años la he culpado. Incluso me he enfadado con ella. Pero es inútil, no puedo decírselo porque está muerta. Si cuando somos niños fuésemos conscientes del mundo que nos rodea... Pero no es así. Si nuestra infancia es normal todo nos parece bonito, no tenemos más preocupaciones más que satisfacer nuestras más inmediatas necesidades y para eso están los padres, para satisfacerlas. Un regalo, un helado, un beso... Yo no tenía nada de eso por parte de mi padre. Mi madre, a veces, venía por la noche a mi cama, me daba un beso y me decía que lamentaba mucho no poder hacerme feliz en aquella casa. Pero no tuve más. 

Con la adolescencia me di cuenta de que no albergaba sentimientos en contra de las mujeres y eso me alivió. Pero sí tristeza, resignación. Tenía miedo de convertirme en lo mismo que mi padre y decidí que era mejor alejarme sentimentalmente de ellas. Ninguna conocía mi pasado y eso evitó que me trataran como a un pobre chaval maltratado por su padre. Me acosté con varias, no renuncié al sexo, pero sí a mantener una relación seria con cualquier mujer. Cabía la posibilidad de que el gen maltratador de mi padre también estuviera en mí y eso me asustaba. Hasta que te conocí y me di cuenta de que podía estar con una mujer y no maltratarla. Tal vez llegaste demasiado tarde, yo ya tenía 31 años, pero llegaste...

Hasta que te fuiste. Los mejores años de mi vida demolidos por tu fuga. Hasta las flores más hermosas del mundo están condenadas a morir marchitas, es su destino, no existen flores que vivan eternamente, o eso creo. Eso era nuestra relación, una hermosa flor gracias a ti. Sin tu presencia no habría habido flor, sólo un capullo condenado a no abrir nunca sus pétalos. Pero se abrieron. Y aunque no se vio a la flor más bonita para cualquiera, sí lo era para ti. Te gustaba mi forma de ser, te gustaba que diera clases en la universidad, lo que decías que era mi talento literario. Decías que era dulce y tierno, que sabía escucharte, que me entregaba a ti sin importarme mi propio bienestar porque yo sólo estaría bien si tú lo estabas antes. Incluso me decías que había algunas alumnas de mi clase que estaban enamoradas de mí.

¿Cómo no iban a estarlo? Lo decías mirándome a los ojos, acercándote lentamente y besándome antes de dormirnos, posando tus manos en mis mejillas. En mi cabeza nunca cupo la idea de que hubiese más mujeres que se pudieran sentir atraídas por mí. Nunca pensé que hubiera tan sólo una, y en el caso de haberla, no creía posible que hubiera más. Y encima, al mismo tiempo. Ninguna de mis alumnas daba señales de estar enamoradas de mí. Aunque claro, nunca fui un hombre capaz de darse cuenta de quién a mi alrededor podía sentirse atraído por mí sexual y sentimentalmente. ¿Alguien me idealizaba? No, eso no era posible. En mis clases siempre diferenciaba entre la ficción y la realidad. En la ficción podemos idealizar para llegar al paroxismo, para emocionar, para crear una historia potente y buena. En la vida real idealizar nunca es bueno.

De todos modos, por muchas mujeres que hubiesen querido estar conmigo, yo no quería estar con ninguna que no fueses tú. Te debía los únicos años de felicidad que he tenido en toda mi vida y eso para mí es más importante que todo lo demás. No eras la mujer más atractiva del mundo, ni tenías los ojos más bonitos, ni los pechos más grandes, ni la mejor de las sonrisas. Pero eso no importaba nada. Eras la mujer a la que amaba y el amor no se basa en la atracción carnal, sino en mucho más. Es confianza, es devoción en el buen sentido de la palabra, sin matices religiosos, es no tener dudas en darlo todo por esa persona aunque suponga quedarte sin nada. Hacer que no sufra aunque tú vayas a sufrir lo indecible. No importa ser una pareja exclusiva o una liberal. Si hay amor, no importa acostarse con otras personas de mutuo acuerdo porque el amor es más importante que una noche de sexo con otras personas. Y yo sólo te amaba a ti hasta el punto de ni siquiera querer acostarme con otras mujeres aunque tú me hubieses dado tu permiso.

Por esa dedicación absoluta que tuve a ti, por entregarme a tu felicidad, no puedo seguir viviendo. No quiero seguir viviendo. Da igual que lo merezca o no, nunca comprendí que unas personas sí merecieran vivir y otras no. ¿Ser un hijo de puta es sinónimo de no merecer vivir? ¿Quién ha establecido los límites de la vida o de la muerte? Un Dios no, eso es seguro. ¿Los seres humanos? Al parecer sí. Somos unos seres vivos incapaces de sobrevivir sin armas frente al resto de seres vivos de la Tierra y al parecer somos los únicos de establecer qué o quién es merecedor de vivir o morir. No nos damos cuenta de que el mundo sería un lugar mucho mejor si sólo decidiéramos sobre nuestra propia vida o muerte. Yo no tengo el poder de decidir sobre la vida o muerte de los demás. Ni quiero tenerlo. Pero por desgracia hay gente, políticos, militares, legisladores, asesinos, mafiosos... que sí tienen ese poder. Y lo peor es que lo ejercen.

La única persona que quiero que decida sobre mi vida o mi muerte, haga lo que haga, soy yo. Yo no le he dado a nadie el poder de decidir por mí, así que nadie tiene el poder de arrebatarme mis decisiones, mis errores y mis aciertos. Yo no le robo a nadie su vida, ¿por qué alguien debe tener la posibilidad de robármela? Mi vida se basa en mi dignidad, como ya sabes. Y por eso, en estas mis últimas palabras, quiero dejar claro que yo, en plena posesión de mis capacidades físicas y psíquicas, he tomado la decisión de suicidarme pegándome un tiro en la cabeza, sin ningún tipo de coacción, sino como una decisión propia tomada con absoluta libertad con el objetivo de morir con la dignidad con la que ya no puedo vivir desde que tú, Lorena, me abandonaste sin darme ninguna explicación y no me dejaste otra salida más que el suicidio.

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